Descripción
La depresión es una afección comórbida, un síndrome que además de incapacitar afecta
aproximadamente del 15% al 25% de los pacientes con cáncer.[1-4] Tanto los
individuos como las familias que se enfrentan a un diagnóstico de cáncer
experimentarán diversos grados de tensión y perturbación emocional. El
temor a la muerte, la alteración de los planes de vida, los cambios en la
imagen corporal, autoestima, los cambios en el rol social y en el estilo de
vida, así como las preocupaciones económicas y legales son asuntos importantes
en la vida de cualquier persona con cáncer y, aún así, no todos los que están
diagnosticados con cáncer experimentan depresión grave.
Existen muchos mitos sobre el cáncer y la forma en la cual las personas se
enfrentan a este, tales como: - Todas las personas con cáncer están deprimidas.
- La depresión en una persona con cáncer es normal.
- Los tratamientos no ayudan.
- Todas las personas con cáncer sufrirán y padecerán una muerte dolorosa.
La
tristeza y la pena son reacciones normales a las crisis que hay que enfrentar
durante una enfermedad de cáncer. Estas reacciones las experimentarán
periódicamente todas las personas. Dado que la tristeza y la depresión son
comunes, es importante distinguir entre los grados normales de tristeza y los
trastornos depresivos. Una revisión de un artículo reciente del panel de
consenso sobre la postrimería-de-la-vida, describe los detalles relacionados
con esta importante distinción e ilustra los puntos principales mediante el
uso de viñetas.[5] Un elemento crítico en el tratamiento del paciente es reconocer los índices presentes de depresión para poder establecer
el grado apropiado de intervención, que podría abarcar desde una consejería breve, a grupos de apoyo, medicación o psicoterapia. Por ejemplo, la relajación y la intervención mediante la consejería ha mostrado que puede reducir síntomas psicológicos en aquellas mujeres con un nuevo diagnóstico de cáncer ginecológico.[6] Algunas personas pueden tener más dificultad en ajustarse al
diagnóstico de cáncer que otros, y variarán en la forma de responder al
diagnóstico. La depresión mayor no es simplemente tristeza o falta de
ánimo. Esta afecta aproximadamente a un 25% de los pacientes y tiene síntomas
reconocibles que pueden ser diagnosticados y tratados, lo cual es algo que hay
que hacer, debido a que esta tiene un impacto en la calidad de vida.[7,8]
Generalmente, la respuesta emocional inicial de la persona al diagnóstico de
cáncer suele ser breve, con una duración de varios días o semanas, y puede
incluir sentimientos de incredulidad, rechazo o desesperación. Esta respuesta
es normal y parte de un espectro de síntomas depresivos que van desde la
tristeza normal, a un trastorno de adaptación de humor deprimido, hasta una
depresión grave.[5] Otros de los síndromes descritos incluye la distimia y la
depresión subsíndrome (también conocida como depresión menor o depresión
subclínica). La distimia es un trastorno afectivo crónico durante el cual la
persona se siente desanimada la mayor parte de los días por al menos 2 años.
En contraste, la depresión subsíndrome es un trastorno de la afectividad agudo
pero menos severo (en esta se presenta algunos, pero no todos los síntomas de
diagnóstico) de una depresión mayor.
La respuesta emocional al diagnóstico de cáncer o a una recaída podría
comenzar con un período disfórico, marcado por un aumento en la agitación.
Durante este tiempo el individuo experimentará trastornos del sueño y del
apetito, ansiedad, cavilaciones y temor al futuro. Sin embargo, estudios
epidemiológicos indican que al menos la mitad de todas las personas
diagnosticadas con cáncer se adaptarán satisfactoriamente. Algunos indicadores de lo que podríamos considerar una adaptación exitosa son: mantenerse activo en los quehaceres cotidianos; tratar de reducir al mínimo el impacto que tiene la enfermedad en los papeles que a diario desempeñamos (por ejemplo, cónyuge, padre, empleado) y tratar de regular las emociones que son normales durante la enfermedad; y manejar los sentimientos de desesperanza, desvalidez, inutilidad o culpa.[9] Datos preliminares indican la existencia de un impacto beneficioso de la espiritualidad en la depresión acorde a las medidas provistas por la Escala de bienestar espiritual, Evaluación funcional de la terapia para la enfermedad crónica y la Escala de evaluación de la depresión de Hamilton (FACIT-SP, por sus siglas en inglés).[10] Los indicadores siguientes podrían señalar que es necesario efectuar una intervención temprana: antecedentes de depresión; sistema precario de respaldo social (soltero, pocos amigos, ambiente laboral solitario); indicios de persistentes creencias irracionales o pensamiento negativo respecto al diagnóstico; pronóstico más grave; y mayor disfunción relacionada con el cáncer. La depresión relacionada con el cáncer no es substancialmente diferente de la depresión en otros trastornos médicos, pero los tratamientos deberán adaptarse o refinarse en el caso de los pacientes de cáncer.[11] Cuando el médico clínico comienza a tener sospechas de que un paciente está deprimido, hará una evaluación de sus síntomas. Algunos grados de depresión se consideran ligeros y subclínicos, e incluyen algunos, pero no todos los criterios para el diagnóstico de una depresión severa, sin embargo, podrían ser también angustiantes y demandar cierto grado de intervención como la consejería de grupo o individual, ya sea a través de un profesional de salud mental o mediante la participación en un grupo de apoyo o autoayuda.[12] Aun en ausencia
de síntomas, muchos pacientes manifiestan interés en la consejería de apoyo, y
el personal sanitario debería tratar de referir a estos pacientes a un
profesional en salud mental calificado. Sin embargo cuando estos síntomas se
intensifican, se tornan duraderos o recurrentes, después de haber
aparentemente desaparecido, es esencial que se sometan a tratamiento para
aliviar los síntomas.[8,13-15] La ansiedad y depresión al principio del
tratamiento son buenos indicadores de que estas volverán a presentarse en 6
meses.[16]
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