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Office of the Press Secretary
11 de septiembre de 2002
DECLARACIONES DEL PRESIDENTE DURANTE SU DISCURSO A LA NACIÓN
Ellis Island
Nueva York, Nueva York
9:01 P.M. EDT
EL PRESIDENTE: Buenas noches. Ha transcurrido un largo año desde que
los enemigos atacaron a nuestro país. Hemos visto las imágenes tantas
veces que están grabadas en nuestras almas, y recordar el horror, revivir
la angustia, volver a imaginarnos el terror es difícil y doloroso.
Para aquellos que perdieron a seres queridos, ha sido un año de dolor,
espacios vacíos, de niños recién nacidos que nunca conocerán a sus padres
acá en la Tierra. Para los miembros de nuestras fuerzas armadas, ha sido
un año de sacrificio y servicio lejos de casa. Para todos los
estadounidenses, ha sido un año de ajustes, de aceptar la difícil noción
que nuestra nación tiene enemigos decididos y que no somos invulnerables a
sus ataques.
Sin embargo, en los acontecimientos que nos han retado, también hemos
visto el carácter que nos liberará. Hemos visto la grandeza de los Estados
Unidos en los pasajeros de las aerolíneas que desafiaron a sus
secuestradores y estrellaron un avión contra el suelo para salvar las vidas
de otros. Hemos visto la grandeza de Estados Unidos en los socorristas que
apurados, subieron varios pisos de escalones hacia el peligro. Y
continuamos viendo la grandeza de los
Estados Unidos en el cariño y la compasión que nuestros ciudadanos muestran
unos por los otros.
El 11 de septiembre de 2001 siempre será un punto fijo en la vida de
los Estados Unidos.
La pérdida de tantas vidas hizo que examináramos las propias. Nos recordó
a cada uno de nosotros que estamos acá sólo por un tiempo y estos días
contados deben estar llenos de aquello que dura y tiene importancia: el
amor hacia nuestras familias, el amor hacia nuestros vecinos y nuestro
país; la gratitud por la vida y a Aquél que otorga la vida.
Decidimos hace un año honrar a cada una de las personas caídas. Les
debemos remembranza y les debemos más. Les debemos, a ellos y a sus hijos,
y a los propios, el monumento más perdurable que podamos construir: un
mundo de libertad y seguridad hecho posible por la manera en que Estados
Unidos lidera y la manera en que los estadounidenses conducimos nuestras
vidas.
El ataque contra nuestro país también fue un ataque contra los ideales
que nos hacen una nación. Nuestra convicción nacional más profunda es que
cada vida es preciosa porque cada vida es el regalo del Creador, quien
tenía como intención que viviésemos en libertad e igualdad. Más que
cualquier otra cosa, esto nos distingue del enemigo al cual combatimos.
Valoramos cada vida; nuestros enemigos no valoran ninguna, ni siquiera las
de los inocentes, ni siquiera las suyas propias. Y buscamos la libertad y
oportunidad de darle significado y valor a la vida.
Existe una línea de nuestros tiempos, y en todos los tiempos, entre
aquellos que creen que todos los hombres los creados iguales y aquellos que
creen que algunos hombres y mujeres y niños son prescindibles en la
búsqueda del poder. Existe una línea en nuestros tiempos, y en todos los
tiempos, entre los defensores de la libertad humana y aquellos que
pretenden dominar las mentes y almas de otros. Ahora, nuestra generación
ha oído el llamado de la historia y responderemos a él.
Estados Unidos participa en una gran lucha que pone a prueba nuestra
fuerza y, más aún, nuestra resolución. Nuestra nación es paciente y
firme. Continuamos persiguiendo a los
terroristas en ciudades y campamentos y cuevas en toda la Tierra. Nos
acompaña una gran coalición de países para librar al mundo del terrorismo.
Y no permitiremos que ningún terrorista o tirano amenace a la civilización
con armas de asesinato en masa. Ahora y en el futuro, los estadounidenses
vivirán como un pueblo libre, no temeroso, y nunca a la merced de una
conspiración o poder extranjero.
Este país ha derrotado a tiranos y liberado campos de muerte, elevado
el faro de la libertad para cada territorio cautivo. No tenemos ninguna
intención de ignorar ni apaciguar a la más reciente pandilla de fanáticos
de la historia, que trata de asumir el poder por medio del asesinato.
Están descubriendo, así como otros anteriores a ellos, la resolución de un
gran país y una gran democracia. En las ruinas de dos torres, bajo la
bandera desplegada en el Pentágono, en los funerales de los caídos, nos
hemos hecho una promesa sagrada a nosotros mismos y al mundo: No nos
daremos por vencidos hasta que se haga justicia y nuestro país esté seguro.
Lo que nuestros enemigos iniciaron, concluiremos.
Considero que existe una razón por la cual la historia ha hecho que
esta nación y estos tiempos coincidan. Estados Unidos se esfuerza por ser
tolerante y justo. Respetamos el credo de Islam, aún mientras combatimos a
aquellos cuyas acciones profanan esa religión. Luchamos no por imponer
nuestra voluntad, sino para defendernos y extender las bendiciones de la
libertad.
No tenemos manera de saber todo lo que está por delante. Sin embargo,
sí sabemos que Dios nos ha juntado en este momento, para acongojarnos
juntos, para respaldarnos, para servirnos unos a los otros y a nuestro
país. Y el deber que se nos ha dado, defender a los Estados Unidos y
nuestra libertad, es también un privilegio que compartimos.
Estamos preparados para esta travesía. Y nuestra plegaria esta noche
es que Dios nos ayude y mantenga dignos.
Mañana es el 12 de septiembre. Un momento histórico ha pasado y una
misión continúa. Estamos llenos de confianza. Nuestro país es fuerte. Y
nuestra causa es aún superior a nuestro país. Nuestra causa es la de la
dignidad humana; la libertad guiada por la conciencia y preservada por la
paz. Este ideal de Estados Unidos es la esperanza de toda la humanidad.
Esa esperanza atrajo a millones a este puerto. Esa esperanza aún ilumina
nuestro camino. Y la luz brilla en la oscuridad. Y la oscuridad no la
sobrepondrá a ella.
Que Dios bendiga a los Estados Unidos.
END
9:08 P.M. EDT
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