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  Actualizada: 13/XI/98

¿Quién le teme a la ingeniería genética?

Jimmy Carter,
39° presidente de EE.UU., de 1977-1981;
actual presidente del Centro Carter,
organización sin ánimo de lucro con sede en Atlanta, Georgia

Imaginemos un país que impone restricciones tan rígidas a las importaciones que la gente no puede conseguir vacunas o insulina. E imaginemos que estas mismas restricciones se imponen a productos alimenticios así como a los detergentes y al papel.

Tan descabellado como pueda parecer, muchos países en vías de desarrollo y algunos industrializados podrían hacer justamente eso el año próximo. Han sido llevados a pensar, engañosamente, que los organismos modificados genéticamente, desde las semillas hasta el ganado, y los productos elaborados con ellos son amenazas potenciales a la salud pública y el ambiente.

Las nuevas propuestas referentes a las importaciones se preparan con los auspicios del Tratado de la Biodiversidad, acuerdo firmado por 168 naciones en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. El objetivo principal del tratado es proteger de la extinción plantas y animales.

En 1996 las naciones que ratificaron el tratado pidieron que se estableciera un equipo ad hoc para determinar si los organismos modificados genéticamente podían amenazar la biodiversidad. Bajo la presión de los ambientalistas, y sin datos que apoyaran tales alegaciones, el equipo decidió que cualquier de tales organismos podía, en potencia, eliminar plantas y animales nativos. El equipo, cuyos miembros proceden en su mayoría de entidades ambientales de más de 100 gobiernos diferentes, debe completar su tarea en el plazo de seis meses y presentar sus recomendaciones finales a todas las naciones que ratificaron el Tratado (Estados Unidos no está entre ellas). De ser aprobadas, estas reglamentaciones se incluirían a principios del año próximo en un acuerdo internacional obligatorio.

Pero el equipo ha excedido su mandato. En lugar de limitar el acuerdo a las modificaciones genéticas que podrían amenazar la biodiversidad, los miembros presionan también a favor de reglamentar los envíos de todos los organismos modificados genéticamente y los productos elaborados con ellos. Eso significa que los granos, hortalizas y frutas, vacunas, medicinas, cereales para desayuno, vino, vitaminas (la lista es interminable) necesitarían una aprobación por escrito de la nación importadora antes de poder salir del muelle. Esta aprobación podría demorar meses. Entre tanto, los costos de estadía en puerto aumentarían y las vacunas y los alimentos se pudrirían.

¿Cómo pueden haberse desviado tanto las reglamentaciones dictadas con la intención de proteger especies y conservar sus genes? La causa principal son los grupos ambientales contrarios a la biotecnología los cuales exageran los riesgos de los organismos modificados genéticamente y pasan por alto sus beneficios.

Los activistas contrarios a la biotecnología argumentan que la ingeniería genética es tan nueva que no pueden predecirse sus efectos en el ambiente. Esto es engañoso. De hecho, durante centenares de años todos los alimentos han sido mejorados genéticamente por los cultivadores de plantas. Los antibióticos, las vacunas y las vitaminas alteradas genéticamente han mejorado nuestra salud, en tanto que los detergentes a base de enzimas y las bacterias que se alimentan de petróleo han ayudado a proteger el ambiente.

En los 40 últimos años, los agricultores de todo el mundo han modificado genéticamente los cultivos para hacerlos más nutritivos y más resistentes a los insectos, las enfermedades y los herbicidas. Las técnicas científicas desarrolladas en los años 80 y conocidas comúnmente como ingeniería genética, nos permiten agregar a las plantas genes útiles adicionales. En 1996, se podían obtener en Estados Unidos, semillas de algodón, maíz y frijol de soya producidas genéticamente; incluso las que sembramos en la finca de mi familia. En esta temporada de cosecha, más de una tercera parte del frijol de soya estadounidense y una cuarta parte de nuestro maíz habrán sido modificados genéticamente. El área dedicada a cultivos modificados mediante ingeniería genética en Argentina, Canadá, México y Australia se incrementó diez veces entre 1996 y 1997.

Los expertos de la Academia Nacional de Ciencias y el Banco Mundial han estudiado los riesgos de la ingeniería genética moderna, y llegaron a la conclusión de que podemos predecir los efectos ambientales a través del examen de experiencias anteriores con estas plantas y animales producidos mediante cultivo y crianza selectos. Ninguno de estos animales y plantas han hecho daño al ambiente o a la biodiversidad. Y sus beneficios son muchos. Al aumentar los cultivos, los organismos modificados reducen la necesidad constante de despejar más terrenos para cultivar alimentos. Las semillas producidas para resistir sequías y pestes son de especial utilidad en países tropicales, donde las pérdidas de cultivos son muchas veces graves. Los científicos de los países industrializados se dedican ya a trabajar con los agricultores de los países en vías de desarrollo para aumentar las cosechas de cultivos básicos, mejorar la calidad de las exportaciones actuales y diversificar las economías al crear exportaciones como las de aceite de palma genéticamente mejorado, el cual algún día podría sustituir a la gasolina.

Otros organismos modificados genéticamente, incluidos en las reglamentaciones propuestas, son herramientas de investigación esenciales en los terrenos de la medicina, la agricultura y la ciencias ambientales.

Si las importaciones como estas se reglamentan innecesariamente, los que realmente perderán son las naciones en vías de desarrollo. En lugar de obtener los beneficios de décadas de descubrimientos e investigación, los pueblos de Africa y el sudeste de Asia seguirán siendo presa de una tecnología anticuada. Sus países podrían sufrir mucho en los años por venir. Es crucial que rechacen la propaganda de los grupos extremistas antes de que sea demasiado tarde.



Atlanta, GA
3 de septiembre de 1998


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