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Actualizada: 3/V/01

La nueva estrategia energética de EE.UU.


Richard Cheney
Vicepresidente de EE.UU.
ante la Reunión Anual de la Associated Press
Toronto, Canadá

lunes, 30 de abril de 2001


Muchas gracias. Es un placer estar aquí.

Nos reunimos en ocasión de los cien días de una nueva administración, de la cual estoy muy orgulloso de formar parte. El despacho presidencial es el punto final de las decisiones en nuestro Gobierno, y el Presidente ha demostrado ser la clase de persona que uno quiere que esté sentado allí. Es un hombre de convicciones y disciplina, que en muy poco tiempo ha logrado cambiar el tono del discurso en Washington. Sabe cómo formar un sólido equipo ejecutivo, y lo ha hecho. Y no ha vacilado en tratar temas que durante muchos años no han sido abordados seriamente.

Uno de esos será mi tema en esta ocasión, y cuando haya terminado estaré dispuesto a responder a sus preguntas.

Durante nuestra campaña, el entonces Gobernador Bush y yo hablamos de la energía como una nube tormentosa que se cernía sobre nuestra economía. La dependencia de Estados Unidos en la energía, particularmente en los combustibles fósiles, ha asumido una urgencia no experimentada desde fines de la década del 70. Hasta hace pocos años, mucha gente jamás escuchó la expresión "apagón en marcha". Ahora, en California, todos la conocen demasiado bien. Y el resto de los Estados Unidos comienza a preguntarse cuándo le tocarán esos apagones en marcha.

Es muy razonable que los estadounidenses se pregunten si California otra vez está pronosticando una tendencia nacional. A lo largo del siglo hemos visto drásticos aumentos en el precio de los combustibles, desde el combustible para la calefacción doméstica hasta la gasolina, la cual otra vez ha aumentado durante las semanas pasadas, llegando a los dos dólares por galón en el centro de Chicago. En partes del noreste del país hay comunidades que enfrentan la posibilidad de una falta de electricidad este verano. Los costos de la energía, como parte de los gastos de la vivienda, han estado subiendo, y las familias ya se sienten afectadas.

También ocurre lo mismo con las granjas y las fábricas, que generalmente les pasarían el costo a los consumidores. En lugar de ello, algunos reducen su producción y despiden trabajadores. Esos costos son difíciles de medir en una economía tan grande como la nuestra, pero sin embargo van sumándose. De acuerdo con un cálculo, el aumento de los precios de los combustibles le costó a la economía por lo menos US$100.000 millones solamente en 1999.

La crisis que enfrentamos se debe en gran parte a la poca visión en las políticas nacionales o, como en años recientes, a la falta total de políticas.

Como país hemos pedido más y más energía. Pero no hemos aportado lo que se necesita para satisfacer la demanda. Ese es el problema de California, donde en los cinco últimos años la demanda ha aumentado cinco veces más rápidamente que el abastecimiento. Y sin una estrategia energética coherente y clara para toda la nación, algún día a todos los estadounidenses les puede ocurrir lo que los californianos experimentan hoy, o algo peor. Esa estrategia requiere prestar atención a las necesidades del país, en abastecimiento e infraestructura, para satisfacer la demanda.

La situación se ha venido desarrollando por muchos años. Demandará varios años resolverla. Pero el Presidente Bush y yo hemos comenzado esa tarea.

En enero me ordenó formar un grupo de trabajo encargado de recomendar una nueva estrategia energética nacional. Presentaremos nuestro informe dentro de pocas semanas. Pueden ustedes esperar una combinación de nuevas leyes, decisiones ejecutivas e iniciativas privadas. Habrá muchas recomendaciones; algunas obvias, otras más complejas. Pero se basarán en tres principios básicos.

  • Primero, nuestra estrategia será amplia en el enfoque y a largo plazo en perspectiva. Por "amplia" quiero decir eso: una valoración realista de dónde estamos, a dónde tenemos que ir y qué se necesitará. Por "a largo plazo en perspectiva" quiero decir que no se utilizará ninguno de los arreglos rápidos comunes, que en el campo de la energía nunca resuelven nada (el control de precios, el uso de las reservas estratégicas, el establecimiento de nuevas agencias federales); si esto fuera alguna solución, ya habríamos resuelto los problemas hace mucho tiempo.

    Hay algunas cosas en el futuro que no podemos conocer. Dentro de algunos años, los combustibles alternativos pueden llegar a ser mucho más abundantes. Pero no estamos aún en condiciones de apostar nuestra economía y nuestra forma de vida a esa posibilidad. Por ahora, debemos tomar los hechos tales como son. Sean cuales sean nuestras esperanzas de desarrollar fuentes alternativas y conservar energía, en realidad los combustibles basados en el petróleo cubren virtualmente el 100% de nuestras necesidades de transporte, y una porción abrumadora de nuestros requisitos de electricidad. En el futuro, y durante años, esto seguirá siendo cierto.

    Sabemos que en las próximas dos décadas la demanda de petróleo por parte de nuestro país crecerá un tercio. Sin embargo, ahora producimos menos petróleo (el 39% menos) que en 1970. Compensamos la diferencia con importaciones, confiando cada vez más en la afabilidad de los proveedores extranjeros. ¿Cuán dependientes nos hemos vuelto? Piensen en esto: durante el embargo petrolero árabe de los años 70, el 36% de nuestro petróleo venía del extranjero. Hoy, es el 56% y esa cifra aumenta constantemente. Según la tendencia actual se estima que alcanzará el 64% en menos de dos de décadas.

    Esto es lo que sabemos sobre el gas natural: para 2020, nuestra demanda aumentará en dos tercios. Este es un combustible abundante que se quema de una manera limpia, y lo producimos y utilizamos más que nunca. Lo que no hemos hecho es construir toda la infraestructura necesaria para llevarlo desde la fuente hasta el consumidor.

    Luego viene la energía que más damos por descontado: la electricidad. Todos hablamos de la nueva economía y de sus maravillas, olvidando algunas veces que todo funciona con electricidad. Y la demanda total de energía eléctrica se espera que aumente un 43% en los próximos 20 años.

    De manera que ésta es la situación respecto a la demanda de petróleo, gas y electricidad. Las opciones que nos quedan son limitadas y obvias.

    Para el petróleo que necesitamos (a no ser que decidamos aceptar nuestra dependencia creciente de proveedores extranjeros y todo lo que eso conlleva), debemos aumentar la producción nacional de fuentes conocidas. Debemos aumentar también nuestra capacidad de refinamiento para evitar el tipo de estrangulamientos que hace que los precios de la gasolina aumenten en distintas partes del país. Como están las cosas, han pasado ya 20 años desde que en Estados Unidos se construyó una gran refinería.

    Para el gas natural que necesitamos debemos instalar más gasoductos; por lo menos 60.800 kilómetros más, así como también muchos miles de kilómetros de líneas de distribución adicionales para llevar el gas natural a nuestros hogares y lugares de trabajo.

    Para la electricidad que necesitamos, debemos ser ambiciosos. Las redes de trasmisión siguen necesitando reparación, mejoramiento y expansión. La demanda de electricidad es extensa, pero también varía de un lugar a otro y de una a otra estación del año. Un sistema de red expandido nos permitiría satisfacer la demanda a medida que ésta aumenta, al enviar energía a donde se la necesita desde donde no se la necesita. Si instalamos estas conexiones, haremos mucho para evitar futuros apagones.

    Por supuesto, eso dará resultado sólo si, en primer lugar, generamos bastante electricidad. En los próximos 20 años, simplemente cubrir la demanda estimada requerirá entre 1.300 y 1.900 nuevas plantas generadoras. Eso representa un promedio de más de una planta por semana, cada semana, durante 20 años.

    Es hora de empezar a avanzar, y aquí, nuevamente, debemos enfrentar los hechos tal y como son. El carbón es todavía en este país la fuente más abundante de energía en condiciones de ser costeada, y es, por mucho, la fuente primaria de generación de electricidad. Esto será así por muchos años. Tratar de convencernos de otra cosa es negar la realidad descarnada.

    El carbón no es la fuente de energía más limpia, y debemos apoyar los esfuerzos para mejorar la tecnología de carbón limpio a fin de mitigar el impacto ambiental.

  • Eso me lleva al segundo principio de nuestra estrategia energética: la buena administración. Insistiremos en proteger y mejorar el ambiente, demostrando consideración para con el aire y las tierras naturales y las vertientes de nuestro país. Esto requerirá superar lo que es para algunos un mito reverenciado: que la producción de energía y el ambiente deben siempre implicar valores en competencia. Podemos explorar en busca de energía, podemos producir y usar energía y podemos hacerlo demostrando consideración con el ambiente natural.

    Alaska es el mejor ejemplo que viene al caso. Como lo dijo una vez el Presidente Ronald Reagan, "nadie quiere tratar esta última frontera estadounidense como tratamos la primera". El Presidente Bush y yo pensamos igual, y así lo piensa el pueblo estadounidense. Si tuviéramos que arreglárnosla con la tecnología de perforación del pasado, entonces habría un argumento sólido contra la exploración de las tierras vírgenes de Alaska. Pero la perforación de pozos petrolíferos ha cambiado enormemente, especialmente en los años recientes. Las lecturas sísmicas tridimensionales tienen ahora una precisión exacta, lo cual aumenta bastante la tasa de éxito y minimiza que ocurran pozos secos. En la Bahía de Prudhoe, en la década anterior, la gran mayoría de las perforaciones fue horizontal, lo cual permite que mucha de la producción de petróleo pase inadvertida, y que el hábitat no se perturbe.

    La misma delicadeza y los mismos métodos se aplicarían en el caso de que abriéramos la producción en la Reserva Artica Nacional de Fauna Silvestre (ANWR). La ANWR cubre alrededor de 8 millones de hectáreas, aproximadamente el tamaño de Carolina del Sur. La cantidad de tierra afectada por la producción de petróleo sería de alrededor de 900 hectáreas, menos de la quinta parte del tamaño del aeropuerto de Dallas. La idea de que, de alguna manera, desarrollar los recursos de la ANWR requiere una gran destrucción ambiental es, probablemente, falsa. Esta es una de las razones por las cuales la abrumadora mayoría de la gente que vive en Alaska apoya el desarrollo de este recurso en el estado donde reside.

    El Presidente Bush y yo somos del oeste del país. Yo crecí en Wyoming, donde mi papá trabajaba en la conservación de suelos. Es una región donde la administración ambiental es una cuestión seria. La gente depende de la tierra, no sólo por los medios de vida que brinda, sino por la vida que ofrece. Uno llega a apreciar las maravillas de la creación. La manera más rápida de dejar de ser respetable en mi tierra sería actuar con rudeza o egoísmo en relación con la naturaleza y sus habitantes. No hay excusa para esa clase de desprecio temerario de las exigencias de la naturaleza. En nuestra estrategia energética no habrá lugar para eso.

    Podemos también salvaguardar el ambiente haciendo un mayor empleo de los métodos más limpios de generación de electricidad que conocemos. Después de todo, hemos dominado una forma de tecnología que no causa emisión alguna de gases del efecto invernadero: la energía nuclear. Afortunadamente para el ambiente, una quinta parte de nuestra electricidad se genera en plantas nucleares. Pero el Gobierno ha concedido un solo permiso a una nueva planta nuclear en más de 20 años, y se espera que cierren muchas de las plantas existentes. Si procedemos con seriedad en relación con la protección del ambiente, entonces debemos poner seriamente en tela de juicio la prudencia de alejarnos de lo que es, como cuestión de hecho, una fuente de energía libre de peligros, limpia y muy abundante.

    Lo mismo puede decirse de la energía hidroeléctrica. El 9% de la electricidad que se genera en Estados Unidos procede de represas. Debemos ser cuidadosos con los peces y la fauna silvestre afectados por las represas, y podemos hacerlo sin aplicarle cargas innecesarias a una fuente de energía muy viable y libre de peligros.

    Otra parte de nuestro futuro energético es la electricidad que procede de fuentes renovables, algunas ya conocidas, otras, tal vez, por descubrir. Ha habido progresos en el uso de la energía procedente de la biomasa, geotérmica, eólica y solar. Dentro de 20 años, con los continuos avances de la investigación y el desarrollo, podemos esperar, razonablemente, que las fuentes renovables cubran tres veces más las necesidades energéticas que hoy, pasando del 2% al 6% del total nacional.

  • El tercero y último principio de nuestra estrategia energética es usar mejor, mediante la tecnología más reciente, lo que extraemos de la tierra. Ya he mencionado la tecnología del carbón limpio, y las fuentes alternativas de energía limpia. Pero es algo más que cuestión del uso más limpio, se trata también del uso eficiente.

    En este punto tratamos de continuar por un camino de progreso ininterrupido en muchos campos. Tenemos millones de automóviles eficientes en cuanto al consumo de combustible, en los cuales millones de microfichas de silicio afinan efectivamente el motor entre una chispa y otra de una bujía. Los monitores de computadora más recientes usan una fracción de la electricidad que se necesitaba en los modelos más antiguos. La tecnología de bajo consumo de electricidad se ha perfeccionado en muchos artefactos portátiles e inalámbricos. Todo, desde las lámparas eléctricas hasta los artefactos y el equipo de video, es mucho más eficiente que antes, en términos de energía. Las nuevas tecnologías demuestran que pueden ahorrar energía sin sacrificar nuestro nivel de vida. Y vamos a estimular eso de todas las maneras posibles.

    Sin embargo, al hacer todas estas cosas debemos dejar sentados nuestros propósitos. El objetivo es la eficiencia, no la austeridad. Todos recordamos la crisis energética de la década del 70, cuando los que ocupaban cargos de responsabilidad se quejaban de que los estadounidenses usaban demasiada energía.

    Y bien, es bueno conservar energía en nuestras vidas diarias, y probablemente todos podemos pensar en cómo hacerlo. Podemos, por cierto, pensar en cómo otros pueden conservar energía. Y allí radica la tentación para los que trazan las políticas: el deseo de empezar a decirnos a los estadounidenses que vivimos demasiado bien y (para recordar una frase de la década del 70) que tenemos que hacer más con menos. Ya algunos grupos sugieren que el Gobierno intervenga para obligar a los estadounidenses a consumir menos energía, como si, para salir de esta situación, pudiéramos simplemente conservar o racionar.

    Hablar exclusivamente de conservación es eludir los problemas difíciles. La conservación puede ser un signo de virtud personal, pero no es una base suficiente para una política energética sólida, abarcadora. La gente trabaja con mucho empeño para llegar a donde está. Y los que trabajan con más empeño son los que tienen menos probabilidades de andar por ahí despilfarrando energía o cualquier otra cosa que les cueste dinero. Nuestra estrategia reconocerá que la presente crisis no representa un fracaso del pueblo estadounidense.

Los retos energéticos de Estados Unidos son serios, pero no causan perplejidad. Sabemos qué se necesita hacer. Siempre hemos tenido la capacidad de hacerlo. Contamos todavía con recursos. Y, como hace cien días, una vez más contamos con liderazgo.

Muchas gracias.



Toronto, Canadá
30 de abril de 2001