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  Actualizada: 28/I/03

El Mensaje sobre el Estado de la Unión, una tradición desde 1790

El 28 de enero el presidente George W. Bush tiene previsto pronunciar el Mensaje sobre el Estado de la Unión ante el Congreso, el pueblo estadounidense y el mundo. Según funcionarios de la Casa Blanca, el Presidente incluirá en su discurso referencias a su agenda de política nacional, así como sobre la situación con Irak y la guerra contra el terrorismo.

El Mensaje sobre el Estado de la Unión señala una de las pocas veces en que un discurso presidencial se transmite en vivo y a la hora de más público a través de todas las principales cadenas de televisión de Estados Unidos. Este hecho ha elevado enormemente la prominencia de este discurso sobre la que tuvo en tiempos anteriores, ya que, durante más de 100 años, el presidente ni siquiera lo pronunciaba en persona sino que enviaba un mensaje escrito al Congreso.

La tradición data del 1790, cuando el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, pronunció su "Mensaje Anual", como se le llamaba en ese entonces, respondiendo a una de las disposiciones de la Constitución contenida en la tercera sección del Artículo II, la cual dice que el presidente "periódicamente deberá proporcionar informes sobre el estado de la Unión, recomendando a su consideración las medidas que estime necesarias y oportunas". Estas "frases tan inofensivas le confieren al presidente estadounidense lo que se ha convertido, después de algunas viscisitudes, en una herramienta básica para su gestión en el Congreso y en un poderoso instrumento para el liderazgo de la nación", escribió el historiador Arthur Schlesinger, Jr. en su libro titulado The State of the Union Messages of the Presidents (Los mensajes de los presidentes sobre el estado de la Unión).

El presidente Washington y su sucesor, John Adams, pronunciaron discursos en persona rodeados de gran pompa y ceremonia, como solía ser la costumbre bajo el régimen de los reyes británicos antes de la independencia. Sin embargo, al tercer presidente de la nación, Thomas Jefferson, le pareció que estos despliegues tan esmerados no se correspondían con la nueva república democrática. Se mofaba de esta práctica calificándola como un "discurso de la corona" y optó por hacer entrega de un mensaje escrito al Congreso, y no presentarse ante él. La influencia de Jefferson fue tan marcada que por más de un siglo el Mensaje Anual fue redactado y enviado al Congreso, y nunca fue pronunciado en persona por el presidente.

En las primeras décadas, la mayoría de los Mensajes sobre el Estado de la Unión era una lista de proyectos de ley que al presidente le interesaba que el Congreso aprobara, y que con frecuencia reflejaban el curso de los acontecimientos y los problemas de carácter práctico que suponía la creación de una joven nación estadounidense. Hasta el momento de la Guerra Civil (1861-65), los discursos a menudo trataban de las amenazas internas a la unión, haciéndose eco de un tema que inquietó a los fundadores de la nación. Durante este época los informes anuales "se preocupaban, lógicamente, de lo tenue de los lazos de unión nacional", según dice Wayne Fields en su libro Union of Words: A History of Presidential Eloquence (Unión de palabras, una historia de la elocuencia presidencial).

Por otra parte, los discursos también atendían la situación internacional y el lugar que ocupaba Estados Unidos en el mundo, y no menos, de su lugar en el Hemisferio. Un ejemplo importante de ello es el Mensaje Anual del presidente James Monroe al Congreso en 1823 en el cual expresaba su oposición a la intervención de Europa en las Américas. Dirigiéndose directamente a las potencias europeas de ese momento, Monroe escribió, "por lo tanto, y debido a la franqueza y a las relaciones de amistad que hay entre Estados Unidos y esas potencias debemos declarar que cualquier intento de su parte por ampliar su sistema a cualquier parte de este hemisferio será considerado como un acto hostil contra nuestra paz y nuestra seguridad". En las décadas siguientes, la Doctrina Monroe fue frecuentemente invocada por los presidentes para sentar firmemente que Estados Unidos actuaría con decisión para asegurar que nuestro hemisferio siga siendo el dueño de su destino.

En períodos especialmente turbulentos, algunos presidentes utilizaron el Mensaje sobre el Estado de la Unión como un vehículo para expresar su opinión sobre importantes cuestiones latentes y su visión del camino que se debía recorrer, dirigiendo sus palabras no sólo a los legisladores sino a sus conciudadanos, al mundo y, en algunos casos, a la posteridad. Durante la crisis que más que ninguna otra amenazó la propia existencia de la unión estadounidense, la Guerra Civil, el presidente Abraham Lincoln escribió lo que posiblemente es el mensaje más elocuente y memorable de todos los que se han enviado al Congreso.

Al momento de su entrega, el 1º de diciembre de 1862, era obvio que el estado de la Unión no era bueno, las consecuencias de la guerra no eran evidentes y la derrota de la rebelión de los confederados no era una conclusión definitiva. Sin embargo, Lincoln se puso a la altura de las circunstancias. Con su manera característica, habló sobre el meollo de la lucha que enconaba a la nación, elaborando para todos los estadounidenses y para el mundo la decisión definitiva que se debía tomar.

"Los dogmas de un pasado tranquilo no se adecúan al presente tempestuoso", escribió Lincoln. "La ocasión está cargada de muchas dificultades y debemos ponernos a la altura de las circunstancias. Así como nuestro caso es nuevo, así debemos pensar de nuevo y actuar de nuevo. Debemos liberarnos y sólo entonces salvaremos a nuestro país. Compatriotas, no podemos escapar de la historia. Nosotros, los de este congreso y de esta administración, seremos recordados a pesar de nosotros mismos". Y añadió: "Al dar la libertad a los esclavos, garantizamos la libertad de los libres, siendo a la vez honorables por lo que concedemos y por lo que preservamos. Noblemente salvaremos o vilmente perderemos la mejor y la última esperanza sobre la tierra. Otros medios podrán tener éxito. Es algo que no puede fracasar. El camino es sencillo, pacífico, justo y generoso; un camino que de seguirlo el mundo deberá por siempre aplaudir y Dios por siempre bendecir". Fue, en palabras del historiador Arthur Schlesinger "el más elocuente de todos los Mensajes Anuales; profundo y hermoso".

En 1913 Woodrow Wilson revivió la práctica de entregar en persona el Mensaje Anual, práctica de la cual habían sido pioneros, más de un siglo antes, Washington y Adams. "Un presidente tiene más probabilidades de leer mejor su propio mensaje, de lo que podría hacerlo un amanuense", comentó con agudeza. El presidente Wilson, quien gobernó durante dos períodos y fue famoso como campeón de la Liga de las Naciones, la organización precursora de las Naciones Unidas, utilizó la ocasión para pronunciar un discurso de amplio contenido, en su mayor parte con énfasis en la política interna. La decisión de Wilson de comparecer en persona fue profética. Estados Unidos estaba en vísperas de la revolución de los medios masivos de comunicación electrónicos, los cuales pronto harían entrar a los presidentes a los hogares de los estadounidenses a través de la radio y, después de la Segunda Guerra Mundial, a través de la televisión. Aunque la mayoría de los estadounidenses no alcanzaron a escuchar las palabras de Wilson, su imagen en movimiento se convirtió en algo familiar para ellos, gracias a los noticieros del cine mudo.

Con la elección de Franklin Delano Roosevelt (FDR) como presidente en 1932, los estadounidenses se acostumbrarían a oír a sus presidentes en la radio, y a verlos en los noticieros que se pasaban en los cines. Uno de sus discursos más perdurables fue el Mensaje Anual que pronunció en 1941. En momentos en que la guerra rugía en Europa, declaró sus famosas Cuatro Libertades.

"En el futuro, que procuramos esté libre de peligros, buscaremos un mundo basado en cuatro libertades esenciales. La primera es la libertad de palabra y expresión, en todas partes del mundo. La segunda es la libertad de cada persona de adorar a Dios a su manera. La tercera es estar libre de necesidades... en todas partes del mundo. La cuarta es estar libre del temor... en todas partes del mundo". Ese mismo año, después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre, Roosevelt habló en una sesión conjunta especial del Congreso para pedir una declaración de guerra contra Japón.

En 1945 el Mensaje Anual se convirtió formalmente en el Mensaje sobre el Estado de la Unión. Estaba también a punto de convertirse en un elemento básico de la televisión, como ya lo era de la radio, a medida que las ventas de televisores se disparaban en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En reconocimiento del poder de la televisión para hacerle llegar las palabras del presidente a una audiencia enorme, el presidente Lyndon Johnson cambió la hora tradicional del mensaje del mediodía a la noche, cuando más televidentes lo estarían viendo.

"Y ahora, en 1965, comenzamos una nueva búsqueda de unión", dijo Johnson en su primer Mensaje sobre el Estado de la Unión ese año. Johnson detalló una visión vasta de una "Gran Sociedad", en la cual la pobreza sería eliminada y los derechos civiles de todos los estadounidenses serían protegidos. Aunque la mayoría de los historiadores consideran que sus informes no fueron elocuentes, son reflejo de su amplia agenda y del genio liberal que dominaba por entonces la sociedad estadounidense. Sus discursos fueron herederos de una generación de ideología progresista en la vida estadounidense, desde el Nuevo Trato de Roosevelt a principios de los años 30 hasta la Nueva Frontera de John F. Kennedy a principios de los años 60.

Ronald Reagan, en su primer Mensaje sobre el Estado de la Unión, el cual pronunció en 1982, trazó un rumbo muy diferente. Reagan utilizó la ocasión para detallar una agenda inequívoca y conservadora no sólo en asuntos internos, sino también en política exterior. "Tras 50 años de quitarle el poder de las manos al pueblo en sus estados y comunidades locales, juntos hemos comenzado a devolverle poder y recursos". Reagan formuló una nueva interpretación de la limitación del poder federal en el sistema de gobierno de Estados Unidos, interpretación cuya influencia perdura. Incluso Bill Clinton, un presidente cuyos puntos de vista eran muy diferentes de los de Reagan, cobró fama al decir, en uno de sus Mensajes sobre el Estado de la Unión, que "la era del gran gobierno ha terminado".

Aunque Reagan, en su discurso de 1982, dedicó la mayor parte de sus comentarios a la política interna, no descuidó las relaciones exteriores, particularmente con la Unión Soviética. "En la última década, mientras buscábamos moderar el poder soviético mediante una política de restricción y acomodamiento, los soviéticos emprendieron una acumulación incesante de fuerza militar. La protección de nuestra seguridad nacional ha exigido que abordemos un programa sustancial para mejorar nuestras fuerzas militares. Y añadió: "El punto de partida es reconocer de qué se trata el imperio soviético".

La difusión por televisión del Mensaje sobre el Estado de la Unión, en particular ubicado en las horas de mayor audiencia, ha cambiado la naturaleza fundamental del informe, señalan los observadores políticos. "A medida que la audiencia ha cambiado de la parte interna a la parte externa de la ciudad de Washington", dice Paul Light, destacado politólogo de la Institución Brookings, "el Mensaje sobre el Estado de la Unión ha camabiado de un discurso político, en ocasiones grandilocuente, a un importante evento de campaña electoral", evento en el cual, podría agregarse, la principal audiencia es ahora el votante estadounidense y la audiencia aún más amplia, el extranjero, no el legislador estadounidense.

Esto con seguridad será así cuando el presidente George W. Bush pronuncie su Mensaje sobre el Estado de la Unión el 28 de enero. Aunque se concentrará en las necesidades nacionales, los observadores, tanto nacionales como extranjeros, seguirán muy atentamente las palabras del Presidente en relación con Irak y a la política exterior de Estados Unidos en general.



Washington, D.C.
27 de enero de 2003