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Office of the Press Secretary
9 de junio de 2004
Declaraciones del Vicepresidente durante el Funeral del Presidente
Declaraciones del Vicepresidente durante el Funeral del Presidente Reagan
Declaraciones del Vicepresidente durante el Funeral de Estado de Ronald W.
Reagan
Washington, D.C.
U.S. Capitol Rotunda
7:55 P.M. EDT
EL VICEPRESIDENTE: Sra. Reagan, miembros de la familia del Presidente,
colegas, distinguidos invitados, miembros del cuerpo diplomático,
conciudadanos:
Saber que llegaría este momento no hizo que fuese más fácil ver la guardia
de honor y la bandera colgante ante nosotros, ni iniciar la despedida de
Estados Unidos al Presidente Ronald Reagan. Se despidió de nosotros en una
carta que nos mostró su valentía y su amor a los Estados Unidos. Sin
embargo, para sus amigos y para su país, la separación sucede apenas ahora.
Y en este velorio nacional, mostramos cuánto amaba Estados Unidos a este
buen hombre y cuánto lo extrañaremos.
Una mañana dura del invierno de1985 hizo que la ceremonia de investidura
pasara al interior de esta rotonda. Y parado en este lugar para la
quincuagésima inauguración presidencial, Ronald Reagan habló de una nación
que era "optimista, de gran corazón, idealista, audaz, decente y justa". Es
eso lo que pensaba de Estados Unidos, y es así como Estados Unidos lo llegó
a conocer. Cierta amabilidad, simplicidad y bondad caracterizó todos los
años de su vida.
Cuando uno lleva luto por un hombre de 93 años, no queda nadie que lo
recuerde de niño en brazos de su madre. La vida de Ronald Wilson Reagan se
inició en un tiempo y un lugar muy distinto al nuestro, en un tranquilo
pueblo de la pradera, el 6 de febrero de 1911. Nelle y Jack Reagan vivirían
lo suficiente como para ver el tipo de hombre al que criaron, pero nunca
sabrían lo que le deparaba el destino al niño al que llamaban Dutch. Y si
hubieran podido ser testigos de esta escena en el 2004, su hijo siendo
llevado a descansar con todos los honores de los Estados Unidos, se
sentirían tan orgullosos de todo lo que hizo con la vida que le dieron y
las cosas que le enseñaron.
El Presidente Reagan dijo alguna vez, "Aprendí de mi padre el valor del
trabajo arduo y la ambición, y quizá alguna que otra cosa cómo contar un
relato". Ese era el Ronald Reagan que partió solo y con confianza de Dixon,
Illinois durante la Gran Depresión, el hombre que algún día hablaría ante
las cámaras y las muchedumbres con tal facilidad y auto control. "De mi
madre", dijo el Presidente Reagan, "Aprendí el valor de la oración. Mi
madre me dijo que todo en la vida sucedía por algún motivo. Dijo que todo
era parte del designio de Dios, incluso los contratiempos más
decepcionantes, y a fin de cuentas, todo se soluciona a nuestro favor". Ese
fue el Ronald Reagan que tenía fe, no sólo en sus propios dones y su propio
futuro, sino en las posibilidades de cada vida. El espíritu alegre que lo
impulsaba era más que una actitud; era el optimismo de un alma llena de fe,
que confiaba en los objetivos de Dios y sabía que nuestros objetivos son
correctos y acertados.
Alguna vez dijo, "No hay duda que soy un idealista, que es otra manera de
decir que soy un estadounidense". Generalmente asociamos esa cualidad con
la juventud, pero sin embargo, uno de los hombres más idealistas que llegó
a ser Presidente también fue uno de los mayores. Sobresalió en profesiones
que han dejado a muchos otros cínicos y llenos de presunción, y sin
embargo, de algún modo, él no se vio afectado por las peores influencias de
la fama o el poder. Si Ronald Reagan alguna vez dijo una palabra cínica o
cruel o egoísta, el momento no quedó registrado. Tanto aquellos que lo
conocieron durante su juventud como aquellos que lo conocieron toda una
vida más tarde recuerdan la generosidad de su espíritu, sus instintos
generosos y una rectitud silenciosa que atraía a otros hacia él.
Vistos ahora desde la distancia, sus atributos como hombre y líder son aun
más impresionantes. Es típico en la ciudad de Washington que los hombres y
las mujeres lleguen, se distingan y prosigan su camino. Ciertas figuras que
parecen bastante grandiosas e importantes durante su época son olvidadas o
recordadas con ambivalencia. Sin embargo casi una generación después de los
debates, a menudo apasionados, sobre la era Reagan, lo que permanece de esa
época es bueno en su mayoría. Y esto se debe al hombre calmado y bondadoso
que estuvo en el primer plano de los sucesos.
Recordamos con apreciación la decencia de nuestro cuadragésimo presidente y
con respeto todo lo que logró. Después de mucha conmoción en los años
sesenta y setenta, nuestra nación había comenzado a perder confianza y se
escuchó a algunos decir que quizá la presidencia fuese demasiado para un
solo hombre. Esa frase no sobrevivió la década de los ochenta. Durante
decenios, Estados Unidos había librado una Guerra Fría, y pocos creían que
pudiese llegar a su fin durante nuestra época. El Presidente fue uno de
esos pocos. Y fue la visión y la voluntad de Ronald Reagan lo que le dio
esperanza a los oprimidos, avergonzó a los opresores y acabó con un imperio
malvado. Más que cualquier otra influencia, la Guerra Fría fue llevada a su
fin por la perseverancia y valentía de un hombre que respondió a los
engaños con la verdad y venció el mal con el bien.
Ronald Reagan fue más que una figura histórica. Fue un hombre providencial,
que llegó precisamente cuando nuestra nación y el mundo más lo necesitaban.
Y ya que creía que existía un plan para cada vida, no aceptó solamente los
grandes deberes que le llegaban, sino también las grandes pruebas que
acaecieron hacia el final. Cuando se enteró de su enfermedad, primero pensó
en Nancy. Y quién otro que Ronald Reagan enfrentaría su propio decaimiento
y muerte con un mensaje final de esperanza para su país, que nos decía que
para los Estados Unidos siempre hay un amanecer esplendoroso por delante.
Conciudadanos, aquí yace un hombre digno y noble.
Nancy, ninguno de nosotros puede hacer que desaparezca la tristeza que
siente. Espero que sea un consuelo saber cuánto significa él para nosotros
y cuánto significa usted también para nosotros. Honramos su gracia, su
propia valentía, y por encima de todo, el mucho amor que le dio a su
esposo. Cuando concluyan estos días de ceremonias, la nación se lo
devolverá para el viaje final al oeste. Y cuando sea enterrado bajo el
cielo del Pacífico, estaremos pensando en usted, al encomendarle al
Todopoderoso el alma de Su fiel servidor, Ronald Wilson Reagan.
END 8:00 P.M. EDT
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