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  Actualizada: 24/VI/03

Literatura
Instantáneas desde el puente

Sven Birkerts

Una de las cosas más interesantes que me ocurren por haber escrito críticas durante muchos años es que, de tanto en tanto, vuelvo a un autor o acontecimiento en particular, y por lo común descubro no sólo cuánto han cambiado mis gustos e inclinaciones, sino también que mis temas se niegan a permanecer embalsamados en la envoltura de momia de lo que yo solía pensar. Esto se me ha presentado recientemente, en la forma más vívida, cuando se me pidió aventurar una evaluación general concisa del estado de la literatura estadounidense: ficción y poesía en el nuevo milenio.

Oportunista con exceso de trabajo, como lo he sido siempre, volví primero a un ensayo de examen reflexivo que había escrito hace apenas una década, titulado "The Talent in the Room. La intención de esa pieza había sido muy similar, destacar las principales tendencias y talentos en el mundo de la ficción literaria. Mi esperanza era rescatar por lo menos la base y el armazón de la vieja estructura. Lamentablemente, tan pronto comencé a leer, vi que no era así. De algún modo, mientras fijaba la vista en la acción en primer plano, examinando a éste y aquél escritor, el trasfondo había cambiado, constante y sorprendentemente.

En ese ensayo anterior, surgido de polémicas de Norman Mailer (su propio ensayo de 1959 "Evaluations; Quick and Expensive Comments on the Talent in the Room"), así como el llamado a las masas de Tom Wolfe Stalking the Billion-Footed Beast: a Literary Manifesto for the New Social Novel, publicado por Harper's en 1989, yo había concluido que la ficción estadounidense contemporánea se batía en retirada. A medida que más y más escritores se encontraban a sí mismos incapaces de bregar de modo convincente con una sociedad electrónica post moderna radicalmente trasformada, había un movimiento en gran escala en dirección de una imagen del mundo más simple. En lugar de bordar la cultura de la información urbana, novelistas y cuentistas iban hacia asuntos que tenían por tema el campo y las pequeñas poblaciones, adoptando enfoques minimalistas o maximalistas.

Consideré en este contexto, entre otros, a Russell Banks, Richard Ford, Ann Tyler, Ann Beattie, William Kennedy, John Updike, Sue Miller y Joyce Carol Oates, todos los cuales presentaban versiones poderosas de la experiencia estadounidense, pero ninguno se ocupaba, así pensé, del tema que yo estimaba central. Había excepciones, por supuesto, de modo notable Don DeLillo, Thomas Pynchon, Robert Stone, Richard Powers, Paul Auster, Toni Morrison y Paul West, escritores que yo veía como más a tono, en su obra, con las vibraciones de estas trasformaciones. Pero aun teniendo en cuenta estas excepciones, mi evaluación general era cautelosamente pesimista.


Ascenso de la nueva generación

Me fascina y alienta cuánto ha cambiado en los más de 10 años trascurridos desde que escribí "The Talent in the Room", aunque el cambio no ha venido a través de una insurgencia revolucionaria, sino más bien mediante cambios y desplazamientos acumulativos. Ha sido cuestión de talentos más jóvenes que llegan a su mayoría de edad; sensibilidades más educadas en el nuevo modo postmoderno de hacer las cosas, y escritores más viejos, que, en muchos casos, ceden los lugares que han ocupado durante largo tiempo en el primer plano.

Yo diría que la mayor trasformación ha sido el ascenso de una nueva generación de escritores sumamente ambiciosos que son, a la vez, panorámicos en sus impulsos y a tono con nuestro advenimiento colectivo en una cultura de la información supercompleja y poliglota. El más conocido de estos es probablemente el novelista Jonathan Franzen, cuya obra The Corrections un relato sumamente articulado y multilineal de dos generaciones de la familia Lambert, del Oeste Medio de EE.UU., figuró en 2001, durante muchos meses, en la lista de éxitos de librería. El autor les recuerda por doquier a los lectores serios que es posible contar una buena historia a vuelta de página, mientras se rinde honores a la complejidad fracturada de la vida en nuestra era posterior a todo.

Otros miembros de la generación de Franzen, de 40 y tantos años, sumamente visibles y respetados por la crítica, incluyen al prolífico polimático Richard Powers. Powers siguió Plowing in the Dark, su séptima novela, una exploración de las implicaciones de lo virtual (la simulación digital de la "realidad"), con The Time of Our Singing, de 2003, una saga monumental de una familia de raza mestiza que fusiona la música, la política racial y la física teórica. Está también Jeffrey Eugenides, autor del clásico de la angustia generacional The Virgin Suicides, y cuya novela más reciente, Middlesex (2002), combina elaboradas secuencias históricas con los trabajos de la entrada en la mayoría de edad de un transexual. Para muchos lectores más jóvenes, Foster Wallace sigue siendo el abanderado del nuevo genio grupal de la fragmentación y el desplazamiento cultural; su gigantesca novela Infinite Jest, de 1996, es la obra que marca un hito, lo que Gravity's Rainbow, de Thomas Pynchon, fue para los lectores de unas décadas antes, mientras que las historias más recientes de Brief Interviews With Hideous Men sumergen al lector en personalidades perturbadoramente obsesionantes.

Los talentos ligeramente más jóvenes incluyen a Rick Moody, que escribe en varios géneros con alcance serio, inclusive el cuento "Demonology", la novela Purple America y las memorias The Black Veil, como así también Colson Whitehead, el joven novelista afroamericano que, después de hacer su debut nerviosamente caprichoso con The Intuitionist, novela acerca de un inspector de ascensores, se unió al cuadro maximalista con John Henry Days, sátira de concepción amplia sobre las actuales relaciones raciales, en colisión con la cultura de la promoción de los medios. David Eggers se anotó un éxito popular tremendo con su enérgico híbrido de novela y memorias A Heartbreaking Work of Staggering Genius, que fusiona un impulso de confesión personal con la licencia narrativa de la ficción.

A.M. Homes, Joanna Scott y Helen DeWitt, tres mujeres que escriben decididamente fuera del casillero doméstico (los viejos estereotipos perduran), igualan a sus colegas masculinos en inventiva y voluntad de asumir el espíritu de la época, aunque ninguna haya alcanzado el éxito popular de Alice Sebold (The Lovely Bones), Janet Fitch (White Oleander) o Ann Packer (The Dive From Clausen's Pier), cada una de ellas, de modo interesante, una novela que gira en torno a la premisa de una pérdida traumática.


Una perspectiva internacionalista

Otro cambio de tendencia digno de anotar ha sido la infusión de una perspectiva y tema central internacionalista en la corriente central de la literatura. En Waiting y, más recientemente, en The Crazed, el novelista y cuentista Ha Jin, nacido en China, les ha abierto la puerta a narraciones de período de la Revolución Cultural en China. El ucraniano-americano Askold Melnyczuk, en Ambassador of the Dead, vuelve vívido el afloramiento de los horrores suprimidos de la Segunda Guerra Mundial en las vidas de dos familias de ucranianos, en tanto que el inmigrante Aleksandar Hemon, nacido en Sarajevo, autor de la colección de cuentos The Question of Bruno, en su novela Nowhere Man se mueve entre el presente y el pasado en la vida de un joven de Sarajevo que vive en el Chicago de nuestros días. Chang-rae Lee, en A Gesture Life, dramatiza sutilmente la vida de un japonés nacido en Corea que vive en Norteamérica y trata de escapar de los fantasmas de su pasado comprometido. El ganador de un Premio Pulitzer Jhumpa Lahiri, en "Interpreter of Maladies", y Junot Díaz, en "Drown", están entre los escritores jóvenes que usan la forma literaria del cuento para estudiar las complejas fricciones como resultado de vivir en la frontera étnica, como indo-americano y dominicano-americano, respectivamente.

Un impulso similar (expresado solamente a través de perspectivas vueltas del revés) se encuentra en novelas como Prague, de Arthur Phillips, y en el éxito de librería de Safran Foer Everything Is Illuminated, que investigan las vidas en otras culturas desde el punto de vista de estadounidenses que viven y viajan por el extranjero. Allí donde Phillips refracta nuestro período cultural reciente a través de las experiencias de un grupo de estadounidenses que viven en el extranjero, no en Praga, de hecho, sino en Budapest (el chistecito de la novela) Foer describe el encuentro de un joven viajero estadounidense (llamado Jonathan Safran Foer) con el pasado ancestral en la Ucrania contemporánea.

Estos desarrollos contrastan con lo que sigue siendo una poderosa continuidad de corriente central. Los diferentes modos del realismo estadounidense encuentran vigorosa representación en las obras de escritores como Richard Ford, William Kennedy, Sue Miller, Ward Just, Andre Dubus III, Peter Matthiessen y Philip Roth (cuya reciente trilogía compuesta de American Pastora, I Married a Communist y The Human Stain se destaca como uno de los logros notables de la última década). Variaciones no menos "reales" pero estilísticamente más complejas están presentes en las obras de Annie Proulx y Cormac McCarthy, como así también John Updike, William Vollmann y otros.

La preparación de las listas no tiene fin. En ciertos puntos, las tipologías más amplias colapsan y uno empieza a sermonear a los talentos sui generis: los estilistas más afirmativamente experimentales como Robert Coover, David Markson, Mary Robison y George Saunders; los misteriosos y divergentes cuentistas como Paul Auster, Paul West, Mark Slouka, Howard Norman, Charles Baxter, Douglas Bauer, Jonathan Dee, Allen Kurzweil, Alan Lightman, Michael Chabon, Margot Livesey, Maureen Howard, T.C. Boyle y Ann Patchett; los sureños expresivos Padgett Powell, Lewis Nordan, Jill McCorkle, Elizabeth Cox, Lee Smith, Nancy Lemann, Barry Hannah, Donna Tartt, Ellen Gilchrist. Debería haber un lugar separado para las asombrosas magnificaciones de lo ordinario que hace Nicholson Baker, desde su novela de debut The Mezzanine a su reciente A Box of Matches, que construye toda una narrativa a partir de las reflexiones que hace, temprano en la mañana y junto su chimenea, un hombre de mediana edad. ¿He olvidado a alguien? Docenas, centenares, estoy seguro. Cualquiera que se atreva a hacer un censo debe prepararse a vivir con una acuciante sensación de omisión.


Los idiomas de la poesía

La escena poética también está configurada por una pluralidad de formas, pero lo que en el mundo de la ficción se siente como abundancia y variedad, muchos poetas con los que he hablado lo sienten como una balcanización frustrante. Hace algunos años, la principal división entre campos separaba a los "formalistas" de los exponentes de varios tipos de verso "libre". La situación parece ahora algo diferente, y la separación ocurre más entre los poetas que usan un idioma de maneras referentes, apuntando a nuestro mundo común, y aquellos para quienes el idioma es su propio reino autocreado. Los últimos incluyen el muy visible John Ashberry y sus muchos seguidores, y los poetas influidos por Jorie Graham, quien coloca el proceso dinámico de la percepción em el centro de su expresión. En su vecindad inmediata, encontramos los poetas de la escuela experimental L-A-N-G-U-A-G-E, que incluye a Michael Palmer, Charles Bernstein y Lyn Hejinian, quien en su poema largo "Oxota" escribe versos tales como "Es el principio de conexión, no el de causalidad, lo que nos salva de un infinito malo / La palabra búsqueda no es la sombra de un accidente".

Los poetas más directamente referentes se dirigen en muchas direcciones. Están los viejos herederos del modernismo, como el ex poeta laureado Robert Pinsky, Frank Bidart, Louise Gluck, Charles Simic y C.K. Williams.

Junto a ellos encontramos un grupo de poetas, en su mayoría más jóvenes, que defienden un idioma en cierto modo menos condicionado históricamente, y que incluye a Tom Sleigh, Alan Shapiro, Rosanna Warren, Gail Mazur y Yusef Komunyakaa por un lado, y por otro a poetas más formalmente modulados como William Logan, Dana Gioia (nombrado recientemente presidente de la National Endowment for the Arts), Brad Leithauser, Glyn Maxwell, Debora Greger y Mary Jo Salter.

En otras ramas señalamos poetas más personalmente enunciativos, como Marie Howe, Mark Doty y Sharon Olds; el benigno y ligeramente surreal Billy Collins, nuestro actual poeta laureado; y el menos benigno, más melancólicamente extraño Stephen Dobyns. Un censo más largo encontraría la forma de incluir la obra de Thomas Lux y David Lehman, al igual que las expresiones singulares y poderosas de poetas más viejos, más establecidos como Adrienne Rich, Robert Bly, Donald Hall, Thom Gunn y David Ferry.


El lector serio sigue ahí

Al pasar de la poesía al cuadro más grande del mundo literario, es prudente afirmar que las trasformaciones en el mundo social y económico han ejercido su impacto. En la publicación, como en la mayoría de las cosas, el dinero es el que marca el ritmo, y la reciente recesión, combinada con la actual tendencia a los conglomerados empresariales (con su interés en las ganancias) ha presionado a los proyectos literarios de bajo rendimiento. A los autores les es más difícil conseguir que se publique su obra; los editores tienen que trabajar mucho más arduamente para persuadir a sus superiores de aceptar libros que no prometen ventas sustanciales. Las viejas expectativas, fomentadas cuando la publicación era el dominio de las casas independientes, ya no existen; las independientes casi han desaparecido.

Al mismo tiempo, la floreciente cultura electrónica se ha abierto paso. Si bien el muy alabado libro electrónico (el aparato de mano que iba a revolucionar la lectura) nunca se volvió popular (de hecho, fue un gran fiasco, para confusión de los eruditos en todas partes) es indiscutible que las diversiones cada vez más sofisticadas (video, DVD y cosas parecidas) han invadido nuestras vidas de lectores y, por supuesto, habitualmente escuchamos los lamentos acerca de la disminución de la seriedad.

Sin embargo (siempre hay un "sin embargo") se siguen escribiendo, publicando, promoviendo y leyendo libros que valen la pena, y cuando estallan éxitos de librería como The Corrections y The Lovely Bones, les recuerdan a quienes están en el negocio de publicar, que el lector serio y ávido no ha desaparecido. Si la tendencia general es hacia diversiones deslumbrantes, no obstante, debemos hacer notar la constante proliferación de clubes de libro y grupos de lectura. Las predicciones de mal agüero son arriesgadas, y con excepción de aquellas que se hicieron sobre la aparición del automóvil, generalmente han sido exageradas.

* * * * *

Sven Birkerts es autor de seis libros, entre ellos The Gutenberg Elegies: the Fate of Reading in an Electronic Age y My Sky Blue Trades, unas memorias publicadas recientemente. Este artículo aparece en el número de abril de 2003 de la publicación electrónica Las artes en Estados Unidos: nuevos rumbos, de la serie "Sociedad y Valores Estadounidenses", de la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos.



Washington, D.C.
02 de junio de 2003




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